El cine miró a la Tierra sin maquillaje

Nomadland pone al ser humano en su insignificante lugar sin perder de vista la limitación de recursos © Disney

María Guerra, crítica de cine

Hasta hace poco la Tierra era cosa de los documentales. Ya lo decía François Truffaut en su deliciosa comedia sobre el mundo del cine, La Noche Americana (1973):

“Las películas son más armoniosas que la vida: no hay embotellamientos, ni tiempos muertos. Las películas avanzan como trenes en la noche”.

Por eso, los documentales han tenido fama de obras correosas y lentas, de estar del lado de los espectadores minoritarios y penitenciales, aquellos dispuestos a esperar junto a la leona hasta que ésta cace, desgarre y alimente a sus cachorros con la desgraciada gacela.

Después de casi 140 años de convivencia diaria con el cine, la audiencia ya está muy resabiada y sabe, de sobra, que la ficción y manipulación son primas carnales.

El público es cada vez más consciente de la ideología y el mercantilismo que se agazapa detrás de los grandes relatos, ya sean películas bélicas, comedias disparatadas, dramas intimistas, mitologías de cómic u odiseas galácticas. Vivimos tiempos de análisis del discurso; la crítica cinematográfica ha perdido predicamento y los propios espectadores se han unido en defensa de su género o saga favorita, diga lo que diga el crítico de turno. Las redes sociales ofrecen aquí su mejor función: a través de ellas se han denunciado delitos ecológicos y abusos sexuales, como el caso del #metoo, que desde 2017 ha dinamitado el monopolio del discurso hegemónico y encerró a algunos intocables como Harvey Weinstein y Jeffrey Epstein, entre otros.

Otra consecuencia de ese deshielo ha sido la espinosa cuestión del reparto del poder: se está pasando de las palabras a los hechos. En la noche de la ceremonia de los Oscar de 2018, la actriz Frances McDormand salió al escenario para recoger su premio como actriz protagonista por “Tres anuncios en las afueras”. Después de la ristra de agradecimientos, dejó su Oscar en el suelo y pidió a las mujeres candidatas que se pusieran en pie. A continuación, se dirigió a los productores de la sala y les que pidió que se dejaran de buenas palabras en las fiestas y se comprometieran a hablar de negocios con ellas en sus despachos. McDormand compró los derechos de Nomadland, el libro periodístico de Jessica Bruder, una serie de retratos de hombres y mujeres errantes que habitan en los márgenes de las carreteras americanas, un impresionante fresco sobre la América vaciada y nómada. Y se puso el traje de productora y protagonista.

Así nació Nomadland (2020), la última ganadora del Oscar a mejor película y dirección,–lo que fue un hito brutal ya que era la segunda vez que se premia a una mujer en este categoría en los noventa y dos años de historia de la academia–para la realizadora china Chloé Zhao. No es casual que Nomadland fuera la película triunfadora tras la pandemia. Los grandes estudios habían guardado sus taquillazos para tiempos mejores y más banales: dejaron paso a una historia que enfocaba a la tierra misma y a las personas expulsadas, excedentes humanos del declive industrial, que dejaron tras de sí pueblos, fábricas y casas vacías.

La conquista que propone Nomadland es existencial. De aquellos míticos pioneros americanos, aquellos ermitaños de los bosques, solo resiste una tribu de nómadas de unos tres millones de personas que renuncian a una casa, pero no a un hogar. Su verdadero hogar es el camino. Su horizonte: la serena aceptación de la vida y la muerte entre montañas. Sin poner ni un ladrillo más y haciendo trueque en los estacionamientos. Evidentemente son pobres y en su mayoría blancos. Pero su historia no tenía serias posibilidades de ser considerada por los tiburones de Hollywood.

En tiempos de histeria global, Nomadland resulta un frenazo milagroso, visual y emocional, que pone al ser humano en su insignificante lugar y lo hace sin perder de vista la limitación de los recursos. El personaje de McDormand es descarnada y fría como el paisaje de Nebraska: el pelo rapado, sin maquillar y orinando en un cubo, a falta de cuarto de baño. Interpreta a una viuda que abandona su pueblo minero porque ya no queda trabajo para nadie.

Zhao propone un viaje narrativo basado en la no acción y asume sus consecuencias en todo momento. La conquista de esta nómada sexagenaria no tiene enemigos exteriores. De la América vacía emprende viaje a la carretera misma con alguna trampa inicial: parece que los nómadas americanos –personajes reales– son el escaparate de los pobres blancos que viven de las migajas de las campañas navideñas de las factorías de Amazon. Evidentemente, hay pobreza entre estos americanos blancos, pero fundamentalmente su viaje es de aceptación y renuncia a lo material.

La osadía de esta película no tiene épica. Y ahí donde el cine tiene que volver a encontrarse con nuestro planeta. Conservar, repensar y reutilizar objetos no entra en los géneros míticos de las narrativas dominantes: hay que dejar atrás los relatos épicos, a sus vencedores y vencidos. Empezará el 2022 y Hollywood nos lanzará sus grandes producciones. Pero algo habrá cambiado para siempre. La Covid nos ha hecho sentirnos protagonistas de una película de catástrofes. Hay que buscar referentes posibles y constructivos, que nos traigan esperanza. Necesitamos que la Tierra sea la protagonista y que las personas, la amen.